lunes, 15 de diciembre de 2014

Introducción

La Declaración de Salamanca (UNESCO, 1994), documento político que defiende los principios de una educación inclusiva, propone que todos los alumnos tienen el derecho a desarrollarse de acuerdo a sus potencialidades y a desarrollar las competencias que les permitan participar en sociedad. Para alcanzar este objetivo, el sistema escolar tiene la responsabilidad de ofrecer una educación de calidad a todos los estudiantes. Hacer efectivo el derecho a la educación exige garantizar que todos los niños, niñas y jóvenes tengan, en primer lugar, acceso a la educación, pero no a cualquier educación, sino a una de calidad con igualdad de oportunidades.

Estos son, justamente, esos tres elementos los que definen la inclusión educativa o educación inclusiva según comenta Dyson (2006). Así, avanzar hacia la inclusión supone, por tanto, reducir las barreras de distintas índoles que impiden o dificultan el acceso, la participación y el aprendizaje de calidad con especial atención en los estudiantes más vulnerables o desfavorecidos, por ser éstos los que están más expuestos a situaciones de exclusión y los que más necesitan de una buena educación.

De esta realidad, no escapa la educación de los niños, niñas y adolescentes que tienen discapacidad auditiva, de igual manera los que son considerados con necesidades educativas específicas, así lo vienen señalando muchos autores como Freire (1980); al asegurar que esta realidad genera enormes controversias, tomando en cuenta que dos aspectos aparecen inevitablemente siempre que se aborda la idea de inclusión en el caso de estos estudiantes: La lengua y la identidad. De modo que los autores que se oponen a la inclusión de este tipo de educandos en ambientes regulares, argumentan la dificultad de desarrollar la lengua de signos o de señas y la identidad de estos niños dentro de los centros educativos con la mayoría de alumnos oyentes siendo los principales inconvenientes destacados: La falta de profesores que conozcan y dominen la lengua de señas y la utilicen de forma efectiva en los procesos de enseñanza y aprendizaje de estos estudiantes; en las dificultades para socializar con los estudiantes oyentes y con los profesores al no compartir un código comunicativo; además en las dificultades para seguir el ritmo de aprendizaje de sus compañeros oyentes de aula.

De igual modo, la integración de las personas con discapacidad auditiva ha sido una conquista paulatina y sistemática y en términos generales, las políticas educativas han realizado notorios avances en cuanto a la formación de conductas que rechacen todo tipo de discriminación, no obstante, en muchos casos el desconocimiento, por parte de los maestros y profesores ante la problemática de la adquisición y desarrollo del lenguaje en estos estudiantes, se hace explícito en el momento de evaluar el rendimiento académico.
Son muchos los modelos de escuelas inclusivas que los incorpora en su matrícula aun cuando la permanencia y el egreso están sujetos a diferentes factores y generalmente se opta por evaluar sus competencias comunicativas en la interacción e integración social en el deterioro del rendimiento académico, en consecuencia, la mayoría de los sordos e hipoacúsicos egresa con niveles de aprendizaje tan bajos, que la posibilidad de acceder a estudios superiores le queda casi totalmente descartada.

No obstante, en Venezuela, en la última década ha existido una gran controversia por enfrentar esta realidad, lo que ha llevado a la construcción de cambios significativos en las políticas educativas para poder abordar esta problemática que ha sido de total exclusión, la cual ha tenido como miras la puesta en marcha de un proceso encaminado a la inclusión del estudiante con una determinada condición sensorial auditiva, limitando la acción educativa a la implementación de adecuaciones curriculares.


  
 
Discapacidad e Inclusión Escolar:
 
 
 
 

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